lunes, 14 de enero de 2013

BOLSOS Y MONEDEROS DE MALLA

Bolsos y monederos de malla: estilo, elegancia y glamour

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La malla metálica que celtas, romanos y otros muchos pueblos emplearon para tejer armaduras que protegieran a sus guerreros de golpes y cortes en el campo de batalla mutó, en la década de 1820, a un grácil velo con el que construir, a base de anillas entrelazadas, elegantes bolsos para adornar a señoras de elevada posición.
Fueron los orfebres y plateros de la época los que aplicando el principio de la cota de malla, unir una anilla con al menos otras cuatro, diseñaron por encargo unos complementos que aparentan delicadeza y fragilidad pero, por el contrario, sorprenden por su elevada resistencia y durabilidad.
Los primeros ejemplares, que dotan al frío y duro metal de la gracia y fluidez de las formas orgánicas, fueron manufacturados en oro y plata e incorporaban ornamentos preciosistas y armazones con grabados en relieve.
Gemas del carácter de las esmeraldas, los zafiros y los rubíes, generalmente trabajadas en cabujón, y también elementos nobles como el marfil, que se solía emplear para hacer boquillas de forma circular de las que prender los aros.
Se trataba de piezas únicas y exclusivas, accesibles tan sólo para los estratos más elitistas de la sociedad, cuya realización requería muchas horas de trabajo manual, lo que encarecía notablemente el producto final.
Estos talleres artesanales también fabricaron, con el transcurrir de los años, algunos artículos más modestos.
Sin embargo, debido a la imposibilidad de abaratar el coste de la mano de obra especializada que requería urdir uno a uno cada aro de la malla, tuvieron que recurrir a utilizar materias primas asequibles.
Se opta por el metal blanco, el acero o incluso el hierro que, en ocasiones, aparecen engalanados con un baño de plata u oro y combinados con piedras semipreciosas.
El ‘revival’ del mundo medieval, experimentado a finales del siglo XIX, propició la comercialización también de monederos para llevar colgados de una cadena abrazada a la cintura, limosneras con todo tipo de accesorios como perfumadores, espejitos o libros de notas, y bolsos de dedo, de intenciones meramente decorativas.
La desbordante imaginación de los joyeros, en conjunción con la creciente demanda, dió lugar a una variada gama de artículos manufacturados principalmente por empresas ubicadas en Estados Unidos, Alemania y, en menor medida, Francia y el Reino Unido.
La industria de complementos de moda realizados con malla metálica iniciará a finales de la primera década del siglo XX una época dorada.
1908 fue la fecha clave y el año en el que el estadounidense A. C. Pratt registró la primera máquina para tejer malla, un inventó que revolucionaría el sector al reducir los costes de fabricación, habilitar la producción en serie, abrir el abanico de fabricantes, y contribuir a la democratización de lo que comenzó siendo un capricho propio de clases altas y acomodadas.
Los derechos de la patente fueron adquiridos por la compañía americana, Whiting & Davis, que se convertiría en la referencia mundial en este campo.
La empresa aprovechó su posición dominante para consolidar su influencia en el mercado a base de producir artículos de calidad, con mallas de plata grabadas a mano, elegantes diseños y una acertada y cuidada política de márketing.
 Incorporó en sus equipos creativos a diseñadores extranjeros de prestigio como Paul Poiret y Elsa Schiaparelli e introdujo innovaciones en cuestión de materiales como ocurrió en 1918 cuando apostó por confeccionar sus bolsos con malla de aros de Dresde, un tejido extremadamente fino que recibe el nombre de la ciudad alemana donde fue inventado.
En los felices años veinte se pusieron de moda los bolsos fabricados con aros o pequeñas placas esmaltadas en vivos colores, remates de flecos y bolitas, y estampados con cenefas y dibujos geométricos.
Unidades de baile de estilo art decó que las chicas modernas combinaban con atractivos vestidos de noche de tejidos vaporosos.
Otra de las empresas del gusto de la época recibe el nombre de Mandalian. Fundada en Estados Unidos por Sahatiel G. Mandalian, de ascendencia turca, producía bolsos y accesorios que incorporaban elementos orientales con cierta tendencia al barroquismo.
Fueron años de creatividad en la industria.
Las boquillas se presentan en formas esféricas, de media luna, cuadradas, de herradura, rectangulares, plegables, en acordeón… no hay límites para la imaginación. Las de mayor grosor se cincelan con personajes o querubines, a la manera de los primorosos bolsos del siglo anterior, o combinan metales preciosos con gemas.
Otro tanto puede decirse de las mallas, que se ofrecen en diversos grosores, materiales, acabados y calidades y, muchas veces, forradas con telas más o menos nobles.

También se abre la gama de piedras con turquesas, perlas, cristales checos y venecianos, coral, topacios y gemas de procedencia variada.
Los bolsos aparecen con uno o varios compartimentos interiores-los más completos pueden incluso llevar una limosnera o un espacio para ubicar un espejo de mano-, y las soluciones para el cierre varían desde el más práctico y sencillo, construido con dos bolitas que encajan entre sí, hasta cierres a presión con remates variados.
Tras años de expansión, la industria se enfrentará a tiempos difíciles coincidiendo con la Gran Depresión y el final de la Segunda Guerra Mundial cuando muchos fabricantes, para combatir la crisis económica y la caída de la demanda, tienen que detener su producción u optar por emplear cobre en la fabricación de las piezas.
El bolso de malla recuperará su pujanza en la década de los cincuenta de la mano de estrellas del celuloide como Ingrid Bergman y Jane Russell que popularizan unidades de armazones rígidos.
Posteriormente en los setenta, en plena fiebre de la cultura de clubs y discotecas, la malla volverá de nuevo al primer plano de la actualidad y se empleará asiduamente en el diseño de bolsos de noche y otros accesorios como los tops.
Hoy día, sigue siendo posible adquirir complementos acabados en este material, aunque la calidad contemporánea no es comparable a las primeras unidades producidas en serie ni tampoco a las piezas primigenias fabricadas por encargo hace casi doscientos años.
Sin embargo, la permanencia de una industria ligada al consumo de estos accesorios demuestra la vitalidad de la malla metálica, que, en la línea de los grandes clásicos, nunca pasa de moda y jamás desentona para realzar un vestido de fiesta o dar un toque de distinción al vestuario elegido para acudir a un evento especial.
Si buscamos estilo, elegancia, glamour, exclusividad…la malla metálica nunca nos defraudará.

3 comentarios:

  1. hola que tal , tengo una de esas carteras y quiero venderla pero nose cuanto podra ser su valor usted me podria dar su correo para mandarle las fotos , aqui esta mi correo mario_kain@hotmail.com , saludos

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  2. Hola. Esta entrada está realizada por El Coleccionista Ecléctico y copiada directamente de su web, al menos podías citar la fuente. Saludos

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  3. En que precio vendes las carteras de plata pequeñas?

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