El bastón se
llevaba en la mano izquierda, el lado donde los aristócratas portaban la espada
antes de la Revolución Francesa.
Un caballero
ofrece a una dama el brazo derecho porque hubo un tiempo en que en su cadera
izquierda había una espada; un abrigo de hombre se abrocha a la izquierda, de
forma que un duelista pueda desabotonárselo con la mano zurda, la que no está
armada.
De
coleccionistas se habla de que lo
fue Tutankamen, pero resulta más próximo y seguro referirse a las colecciones
de George Washington, Andrew Jackson, Voltaire, Napoleón, Toulouse-Lautrec,
Brummel y, más cerca en espacio y tiempo, Salvador Dalí, para quien el bastón
era, más que una apoyatura física, un insustituible compañero gestual.
En el
coleccionismo de bastones de época lo excepcional es encontrar uno que no está
falsificado en su carey, puño, marfil y hasta caña o vara. Los mejores bastones
antiguos son de malaca, una especie de junco de origen oriental.
También en
caña de bambú, mucho más barata y asequible, se hicieron bastones de todo tipo,
pero son las maderas de cerezo y de castaño las que hoy por hoy resultan más
agradecidas. En cuanto a exotismos y sorpresas vale todo: trenzados de tripa de
toro, mazos de naipes perforados por un ánima de acero y luego torneados, como
si fuera madera, y los que no disimulan ni encubren su dureza de hierro o acero
para cumplir una doble función. Hay bastones antiguos tallados a mano en madera
de ébano negro, uno con motivos de rostros tallados y un segundo con talla de
elefante sobre dos gárgolas con trenza tallada.
La Edad
Media recoge esa faceta mágica y sacralizada del bastón; los recubre de oro o
de plata; desarrolla el uso de los "báculos" eclesiales. Después de
una crisis tendremos, en el siglo XVIII, el empleo, entre los
"ilustrados", de "bastones-joyas".
Con
empuñaduras orfebreras cubiertas de de piedras preciosas. Y siguiendo un camino
paralelo al de las empuñaduras de las espadas.
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